15/11/13

La isla de Bowen - Páx. 99

MALLORQUÍ, César. La isla de Bowen. Barcelona: Edebé, 2012. ISBN 978-78-683-0427-4.
Premio Nacional de literatura xuvenil 2013. Premio Edebé de lit. xuvenil 2012.

Contracuberta:
1920. Todo comenzó con el asesinato del marinero inglés Jeremiah Perkins en Havoysund, un pequeño puerto noruego situado en el Ártico, y con el misterioso paquete que, antes de morir, Perkins envió a Lady Elisabeth Faraday. O quizá la historia empezara antes, cuando se descubrieron unas extrañas reliquias en el interior de una viejísima cripta medieval, pues fue precisamente una de esas reliquias imposibles la causa de que el malhumorado profesor Ulises Zarco, director de la sociedad geográfi ca SIGMA, se embarcara en una aventura inimaginable a bordo del Saint Michel. Tanto Zarco como su ayudante, Adrián Cairo, han recorrido el mundo enfrentándose a toda clase de peligros, igual que el capitán Verne y su tripulación, o el joven fotógrafo Samuel Durango, e incluso las dos damas inglesas que les han solicitado ayuda; pero ninguno de ellos estaba preparado para afrontar el temible misterio que envuelve a la isla de Bowen, más allá del Círculo Polar Ártico.
Porque, como decía Sherlock Holmes: «Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad».


"Diario personal de Samuel Durango.
Viernes 4 de junio de 1920

Ayer por la tarde, el profesor Zarco me comentó que requerirá de mis servicios al llegar a Falmouth, pues quiere que fotografíe la cripta de san Bowen. Hablé con el capitán para informarle de que iba a necesitar un lugar cerrado y oscuro donde instalar el laboratorio de revelado y me ha ofrecido una de las bodegas. Elizagaray, el primer oficial, ordenó que instalaran allí una mesa improvisada con unas borriquetas y que la atornillaran al suelo. Esta mañana, a primera hora, he trasladado a la bodega las cajas donde está guardado el instrumental y lo he desmbalado. He tenido que fijarlo todo a la mesa con mordazas, pues el balanceo del barco ponía en peligro su estabilidad.
En la bodega hace mucho calor; al mediodía salí a la cubierta para tomar el aire y saqué el pequeño ajedrez plegable que me regaló el señor Charbonneau. Estuve un rato solo, analizando posiciones, hasta que pasó por allí el capitán Verne; al verme, comentó que él también era aficionado al ajedrez y me invitó a jugar una partida. Subimos al puente de mando y jugamos dos; gané ambas veces. El capitán, sorprendido, me preguntó que dónde había aprendido a jugar tan bien, y yo le contesté que me había enseñado el señor Charbonneau. Añadí que el señor Charbonneau era un gran aficionado al ajedrez, casi un profesional, y que todos los días, desde que yo era pequeño, dedicábamos unas horas a practicarlo. El capitán comentó que, más adelante, debía ofrecerle la revancha y luego bajamos al comedor, donde nos esperaban los oficiales y el resto de los pasajeros.
Elizagaray ha dicho que llegaremos a Falmouth a última hora de la tarde. Conforme nos aproximamos a Inglaterra, el cielo ha ido encapotándose y no creo que tarde en llover".

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