26/10/12

Los juegos del hambre - Pág. 99


COLLINS, Suzanne. Los juegos del hambre. Barcelona: editorial Molino, 2012. ISBN 978-84-2720-212-2.

"Abro el paracaídas y encuentro una pequeña barra de pan, no del elegante pan blanco del Capitolio, sino hecho con las raciones de cereal oscuro, con forma de media luna y cubierto de semillas. Recuerdo la lección de Peeta en el Centro de Entrenamiento sobre los distintos panes de los distritos: este pan es del Distrito 11. Lo sostengo con cuidado: todavía está caliente. ¿Cuánto debe de haberle costado a la gente del Distrito 11, que ni siquiera tiene con qué alimentarse? ¿Cuántas personas tendrán que pasar hambre por haber dado una moneda para la colecta en la que se ha comprado este pan? Seguro que pensaban dárselo a Rue, pero, en vez de retirar el regalo con su muerte, le han dado autorización a Haymitch para dármelo a mí. ¿A modo de agradecimiento? ¿O porque, como a mí, no les gusta dejar deudas sin saldar? Sea por lo que sea, es la primera vez que ocurre: nunca antes un distrito le ha dado un regalo a un tributo que no le pertenece.
Alzo la cabeza y procuro colocarme en un punto iluminado por los últimos rayos de sol.
-Mi agradecimiento a la gente del Distrito 11, digo.
Quiero que sepan que soy consciente de quién me ha hecho el regalo, que he entendido todo lo que significa.
Me subo a un árbol y trepo a una altura peligrosa, aunque no por seguridad, sino para alejarme todo lo posible de este día. Mi saco de dormir está bien doblado dentro de la mochila de Rue. Mañana ordenaré las provisiones; mañana decidiré un nuevo plan. Sin embargo, esta noche sólo soy capaz de amarrarme con el cinturón y darle mordisquitos al pan.
Está bueno. Sabe a casa.
El sello no tarda en aparecer, seguido del himno, que sólo oigo con el oído derecho. Veo al chico del Distrito 1 y a Rue; nada más por hoy.
«Quedamos seis -pienso-. Solo seis.»
Con el pan todavía entre las manos, me quedo dormida de inmediato.

A veces, cuando las cosas van especialmente mal, mi cerebro me regala un sueño feliz: una visita a mi padre en el bosque o una hora de sol y tarta con Prim. Esta noche me envía a Rue, todavía cubierta de flores, subida a un alto mar de árboles, intentando enseñarme a hablar con los sinsajos. No veo ni rastro de sus heridas, ni sangre; solo una niña brillante y sonriente. Canta canciones que no he oído nunca con una voz clara y melódica, una y otra vez, durante toda la noche. Paso por un periodo intermedio de duermevela en el que oigo las últimas notas de su música, aunque ella ya se ha perdido entre las hojas. Cuando me despierto del todo, me siento reconfortada durante un momento; intento aferrarme a la sensación de tranquilidad del sueño, pero se va rápidamente, y me deja más triste y sola que nunca".


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