Contracuberta:
Ahora ya son oficialmente la Agencia de detectives Chaquetas Rojas. Abre este libro y ayúdales a resolver los misterios que se esconden tras los mensajes invisibles, los criptogramas y las fórmulas matemáticas...
Sophie, Margaret, Becca y Leigh Anne han sido contratadas para resolver el misterio que asola el colegio: alguien se está colando por las noches para limpiar y reparar la escuela… Tal vez no se trate de un criminal, es cierto, pero las chicas tienen un encargo y no están dispuestas a dejar que nada se interponga en su investigación (a no ser que sea un litro de helado o los famosos pasteles de limón del padre de Sophie).
Pero es que aparte de ese misterio hay más cosas que las tienen ocupadas, como descubrir quién les está enviando complicadísimas pistas y jeroglíficos para localizar un violín robado, vengarse de la pesada de Livvy, formar un grupo de rock, montar en moto con cierto chico… (vale: a lo mejor esto último es más bien un secreto).
¡Entra en la nueva aventura de El Club de las Chaquetas Rojas!
"Margaret llama dos veces, apoya la oreja en la puerta y mueve negativamente la cabeza.
—Becca, ¿puedo echar un vistazo a las llaves?
Contempló por segunda vez el llavero de la monja, consulto la hora y me entra el pánico. La anilla tiene unos ocho centímetros de diámetro, así que la circunferencia supera por poco los veinticinco centímetros (por si te interesa, es pi por el diámetro; adoro las mates). Si por cada centímetro de la anilla hay colgadas ocho o nueve llaves, eso significa que tendremos que probar unas cuantas de ellas antes de dar con la que necesitamos. Pero en cuestión de cinco minutos debemos salir del sótano, subir tres pisos por la escalera y estar preparadas para el examen de español. Los números no engañan.
Margaret todavía no ha introducido ninguna llave en la cerradura, y se toma su tiempo para estudiarlas.
—Vale, ya lo tengo —afirma—. Es esta.
Me muero de ganas de descubrir cómo lo ha sabido, pero no quiero frenarla por si está en lo cierto. Y como no podía ser de otra manera, tiene razón.
La llave gira con facilidad en la cerradura pero, al empujar, la puerta no cede.
—Ay, casi lo había olvidado: falta la primera cerradura. Becca, ¿serías tan amable de encargarte de ella?
Rebecca exhibe la tarjeta de la biblioteca y comenta:
—Verás, Sophie, yo la uso. —La desliza por el espacio que hay entre la puerta y el marco, y acciona el picaporte—. Dicho y hecho.
Entreabre la puerta y echa un vistazo. Una vez comprobado que no hay riesgos, la abre de par en par para que veamos el interior. Se trata de un trastero, de dos metro y medio de largo por uno ochenta de ancho; las paredes están cubiertas de estanterías llenas de más libros de texto antiguos y también hay un catre, como los militares, una almohada en la cabecera y una manta, perfectamente doblada, al pie. Junto al catre, se halla una mesa baja sobre la que reposan una linterna a pilas, una radio portátil, un despertador de cuerda y, como señala Margaret solemnemente, "Crimen y Castigo" de Dostoievski, el libro que faltaba de los Clásicos de Harvard".
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