Contracuberta:
De niño, Jacobo formó una ligazón especial con su abuelo, que le contaba extrañas historias y le enseñaba fotografías de niñas levitando y de niños invisibles. Ahora, con dieciséis años, Jacob sufre la inesperada muerte del anciano. Entonces, cae en manos del joven una misteriosa carta que lo empuja a emprender un viaje hacia la isla remota de Gales, en la que su abuelo se crió, para descubrir si todas esas historias que había oído de niño… son reales.
El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares es una enigmática historia sobre niños extraordinarios y monstruos oscuros; una fantasía escalofriante ilustrada con inquietantes fotografías de época que deleitará tanto a jóvenes como a adultos. Una lectura sorprendente, inquietante e inolvidable.
"—Fue mucho más que un Halloween —refunfuñó él—. La verdad, Jake, es que tú estabas más unido a él de lo que yo lo estuve nunca… sencillamente existía algo tácito entre nosotros dos.
No supe qué responder. ¿Estaba celoso de mí?
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque eres mi hijo y no quiero que sufras.
—¿Que sufra, cómo?
Hizo una pausa. Fuera las nubes cambiaron de posición y los últimos rayos de luz proyectaron nuestras sombras sobre la pared. Sentí una sensación horrible en el estómago, como cuando tus padres están a punto de contarte que van a separarse, pero tú lo sabes antes de que abran la boca.
—Nunca ahondé demasiado en tu abuelo porque temía lo que podría encontrar —dijo por fin.
—¿Quieres decir sobre la guerra?
—No. Tu abuelo guardaba esos secretos porque eran dolorosos. Eso lo comprendía. Me refiero a los viajes, a que estuviera siempre fuera. Lo que hacía realmente. Creo…, tu tía y yo creemos…, vaya, que había otra mujer. A lo mejor más de una.
Sus palabras flotaron entre nosotros un instante. El rostro me ardió de un modo curioso.
—Eso es una locura, papá.
—Encontramos una carta en una ocasión. Era de una mujer cuyo nombre no conocíamos, iba dirigida a tu abuelo. «Te amo, te echo de menos, ¿cuándo vas a regresar?», esa clase de cosas. Esa clase de cosas sórdidas como las manchas de carmín en el cuello de la camisa.
Sentí una ardiente punzada de vergüenza, como si de algún modo fuera mi propio crimen lo que describiera. Y con todo no podía acabar de creerlo".
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